La siesta
December 18, 2017
El cazador-recolector de antaño practicaba la siesta, así como lo hacen hoy en día otros primates o como lo hacen los perros callejeros, los cuales duermen en pandilla en los pasadores de las principales avenidas de ciudades como Bogotá a plena luz del día (o al menos así era en un pasado reciente, antes de que ser parte de ese cuadro bucólico comenzara a conducir a los pobres canes derecho a un centro de zoonosis). Pero no, esta afirmación es inexacta: los seres libres que acabo de citar no dormian ni duermen la “siesta”, que no es otra cosa que la reducción del acto de dormir cuando a uno le de la gana a un acto programado y restringido a un cierto horario y a unas ciertas reglas y convenciones. En cualquier caso, incluso este acto ya domesticado y gobernable, la siesta, es mal visto y considerado una costumbre folklorica de pueblos poco avanzados y perezosos. ¿Considerado así por quien? Por el esclavo mas docil y productivo creado en toda la historia de la humanidad: el ciudadano moderno de los paises industrializados.
El principal enemigo de la siesta es por supuesto esa atrocidad a la que Weber dió el nombre de “la ética protestante”, gran estafa que conduce al hombre a buscar la felicidad en su condición de esclavo de si mismo y que se ha expandido por el globo como epidemia del virus Ébola, solo que con consecuencias mil veces más catastróficas.
En nuestra época de “liberalismo” rampante y vencedor, esa mentalidad enfermiza se reencaucha en el ideal de que todo el mundo es un empresario, es decir, alguien que se explota a sí mismo al máximo para obtener una parte un poquito más grande de las migajas.
En estas condiciones, no me es posible augurar un buen futuro para la siesta.